miércoles, 3 de diciembre de 2008


Intentando sacar los conejos de mi garganta, tal como describía Cortázar en aquel cuento, excusándome en la mentira mas infantil que se me pudo haber ocurrido, meto mis dedos, saco tristeza, vomito defectos… camino a la perfección, necio e inútil andar, soberbio suspirar, camino sin mirar a mis costados, sin escuchar aquellos susurros que, en algún momento, destrozaron mi ser. Mi sumisa sombra se escurre entre mis pesadillas de media noche, mi reflejo avergonzado continúa la rutina. Después de la euforia, de la alegría e inquietante espera del por venir. Llego la depresión, el desear ser aun más, mucho más perfecta, tirada en mi cama, con la mente en blanco… vacía, sin pensamiento que habite dentro, sin un gramo de maza encefálica, de materia gris, sin nada, no es el ordinario “hueca” sino vacía, mi aspecto esta demacrado, mi cabeza no deja de doler, pero aun continua esa eufórica e insólita necesidad de ser perfecta, que me lleva a terminar tirada en mi cama, sin fuerzas, sin poder pensar. Y por ahí pasa parte del desprecio de ser quien soy, todos los caminos me conducen a la autodestrucción.

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