sábado, 29 de noviembre de 2008

Bajo el peso del mundo


La primavera le dio paso al verano, su hospedaje fue corto al llegar el otoño y este tardo lo qe tarde en llegar el invierno. Qué mas importaba la estación, su alma congelada en un helado infierno no sentia ni el calor, ni el olor de las flores, ni siquiera distinguia los hermoso color de las otoñales hojas, no escuchaba a los arboles llorar sus lagrimas de hoja seca. Ella vivia un invierno eterno, estaba muerta en vida... caminaba entre los vivos, sin llamar la atención, como si no estubiera allí... su cuerpo no daba sombra (creia que asi era cuando se vive en una completa oscuridad o talvez su sombra se ocultaba de ella), los espejos reflajaban su pena interior, su sublime vergüenza de simplemente ser quien era. Asi fue, como en una estación helada (seguramente primavera, todas eran iguales) le quieto el pulso a su cuerpo ¿qué más da? su alma había muerto hace siglo, ayer mismo... el tiempo no pasaba en su cabeza, no había recuerdos, no distinguia si respiraba o no... simplemente caminaba entre vivos evitando alegrias externas. No sabia, no podia sentir... ya ni la tirsteza la llenaba, hasta su alma la había abandonado... y nadie la lloro, nadie la recordo. Creo que una vez escuche preguntar por aquella triste damita, no me parecio raro que nadie recuerde su nombre, su color de ojos o su blanca tez... el asfalto la extraña, solo él la sentia caminar entre vivos, solo él conocia su sublime tristeza.

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